Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas mamá nos contaba cuentos al acostarnos.
Era un momento mágico.
Daba igual el cuento que fuera que nuestra imaginación volaba alto a mundos fantásticos.
Había castillos encantados, niñas que vivían aventuras subidas en el lomo de animales extraños, brujas de risa malvada y verrugas peludas en la nariz, hechiceros mágicos y lo más maravilloso de todo: las hadas.
Me dormía soñando que tenía una mejor amiga que era un hada, o que cuidaba de un animalito exótico y que vivía detrás de una cascada en medio de la selva.
Morfeo me llevaba de la mano a los sitios que la voz dulce de mamá narraba y describía al detalle.
Cuando tenía 6 años mis padres se separaron y entonces todo cambió bastante. Había días que estábamos con papá y mamá no estaba allí para contarnos historias antes de dormir.
Echábamos de menos a mamá y ese rato mágico que vivíamos al terminar el día.
Aina y yo muy pronto le reclamamos a papá el cuento a la hora de acostarnos.
Y papá hizo lo que buenamente pudo.
La realidad es que se le daba fatal explicar cuentos.
Nuestra imaginación no volaba. Se quedaba allí en la habitación, expectante a las palabras de papá.
Él se quedaba dubitativo y se limitaba a leer con voz neutra.
No nos emocionaba en absoluto y nos quejamos:
– Jolines papá, este cuento mamá lo explica mejor…
Entonces papá dijo:
– ¿Queréis que os explique un chiste?
¡A Aina y a mí nos entusiasmó la idea!
Y nos contó no sé qué chiste de Eugenio de unos cazadores de patos que les disparaban y el pato se caía ladera abajo. Y resultaba que el pato no lo habían ni rozado, sino que se había caído porque se había asustado con el ruido del disparo.
Papá entre frase y frase gesticulaba como si disparara con una escopeta y hacía sonidos como estos:
– Quack Quack
– Pum pum
– Fiuuuu
– Catacrack pim pam
Nos pareció el chiste más tronchante que hubiéramos escuchado nunca.
Nos sorprendió. Habíamos bajado tanto las expectativas después de la intentona con los cuentos que nos pilló desprevenidas. Y nos cautivó.
Papá captó toda nuestra atención esos minutos durante su relato Las onomatopeyas y los gestos trasladaron nuestra imaginación en el bosque con los patos y los cazadores.
Las dos nos empezamos a destornillar de risa tumbadas en la cama.
A partir de ese día, papá nos explicaba chistes al ir a la cama y Aina y yo nos dormíamos con una sonrisa radiante en la cara, felices de compartir ese rato fantástico con papá.
Y este es el poder de las historias, que tanto valen para niños como para ti adulto que estás leyendo este texto. Y sí, también sirven para vender servicios o productos.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Si quieres puedo explicarte más historias, la de tu negocio por ejemplo y cómo este puede facturar más.
P.D.: Te muestro una foto mía de pequeña, de la época que mi madre me contaba cuentos antes de acostarme.