Mis padres se conocieron cuando mi madre tenía 14 años y mi padre 16. Los dos eran del mismo barrio y tenían amistades en común. Así quedaban los fines de semana con el grupo de amigos. Iban a la sala de un centro social del barrio que les permitía llevar un tocadiscos.
Era 1968. Uno de los chicos era lo que ahora llamaríamos DJ y pinchaba los vinilos de la época. Mi madre siempre ha sido muy risueña y dada a hacer tonterías. ¿Vergüenza? No, ella no gastaba de eso.
Así, cuando sonaba la canción de Juanita Banana del argentino Luís Aguilé, mi madre, con sus 14 añitos se ponía a bailar y a imitar una gallina, cantando a pleno pulmón en los coros operísticos: Oooohhh, oh, oh, oh, oh oh…
Mi padre entonces se apartaba del grupo y la miraba de lejos sintiendo una tremenda vergüenza ajena. Él no entendía como mi madre podía ponerse en ridículo de esa forma, ni como algunos de sus amigos se sumaban a esa coreografía tontuna.
¿Y qué pasó?
Pues que al cabo de unos meses mi padre le preguntó a mi madre que si quería que fueran novios.
Se casaron cuando ella tenía 21 y él 23, después de 7 años de noviazgo y muchos bailes tontunos a sus espaldas.
¿Qué tiene esto que ver con el marketing?
Pues que pasar desapercibido mata ventas. Mi madre no lo sabía, simplemente era así, auténtica. Y lo auténtico, lo raro, lo especial te cautiva, te fascina y te atrae.¡Imposible resistirse!