Hace unas semanas conocí a M, una amiga de mi amiga H.
Mi amiga H es muy divertida y desprende positivismo por todos sus poros y me sorprendió que su amiga M fuera tan opuesta a ella.
M se quejaba de que su novio la maltrataba psicológicamente, le decía cosas como:
– No me gusta el sexo contigo porqué tus labios son muy finos y se notan raros al besar. Y tienes demasiada barriga.
Luego siguió diciendo que su chico no trabajaba y ella pagaba el alquiler y las facturas y que si lo dejaba no tendría a donde ir el pobre…
H y yo le decíamos que le diera puerta, que ella se merecía estar con alguien mejor, a lo que M decía que no podía, que estaba enganchada y deprimida y que para hacer el paso tenía que sentirse fuerte. Que estaba yendo a terapia y que cuando subiera su autoestima tomaría decisiones.
Entonces M hizo un repaso histórico por las distintas relaciones que había tenido, indicando que ese novio le había hecho tal y el otro cual.
Decretó que todos los hombres eran unos cabrones.
A lo que yo le contesté que no estaba de acuerdo. Y que mi experiencia con los hombres no se parecía en absoluto a la suya.
No quise debatir más sobre el tema, tenía claro que yo no la haría cambiar de opinión y recordé lo que dice mi madre, la terapeuta María Martínez Calderón, de que las personas atraemos energías similares a la nuestra y que tener relaciones sanas implica hacer un cambio profundo en una misma.
Me quedé un rato más con ellas y luego me fui.
De vuelta a casa pensaba en los hombres de mi vida y que seguramente había tenido buenos referentes en mi infancia para elegir después a mi pareja, el mejor compañero de viaje y padre de mi hijo.
Mis referentes masculinos de pequeña fueron mi padre y mi abuelo. Ambos fallecieron hace años, pero si ahora preguntaras a amigos suyos o vecinos del barrio solo escucharías palabras amables sobre ellos: buenos, divertidos, dulces y protectores.
Yo también me crucé en mi juventud con hombres que sabía que no eran buenos para mí, pero tener estos referentes me permitía alejarme de los que sabía que a la larga serían los malos de mi película.
La moraleja marketiniana de este relato es en relación a tu marca personal.
M dijo algunos adjetivos para su novio y otros tantos para sus exs.
Yo cuando pienso en mi padre, mi abuelo o mi marido los describo con otros adjetivos.
Al inicio del relato, al describir a mi amiga H, digo que desprende positivismo por todos sus poros, así es como la captamos todos y ese es el ADN de su marca.
Tu seguramente ya tienes una opinión de mi si hace rato que me lees y utilizarás otros adjetivos para describirme.
Y tú, ¿Qué adjetivos crees que tus conocidos utilizan cuando hablan sobre ti? Descúbrelo y desvelarás tu marca personal.